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Paulette: un ángel que pisó un suelo sin memoria

31 Mar

Verán, su nombre es Paulette. Tiene un rostro hermoso, realmente angelical y con una mirada tan poderosa, que toca el corazón de cualquiera que la voltee a ver. Nadie sabe qué quiere ser de grande: tal vez una enfermera que cure a niños como ella, o una policía que pelee contra los delincuentes, tal y como lo hacen las heroínas de las caricaturas. Muchas ilusiones vuelan por su mente, que no sabe en dónde le tocó vivir. Al igual que ella, también hay varias historias en este hermoso país llamado México, pero iremos desde atrás, nos remontaremos hace aproximadamente cuatro décadas.

Al igual que Magdalena, Ernesto y Pedro, ya estaban por graduarse. Sólo había algo que los mantenía intranquilos, los disturbios que se habían venido suscitando, pero ellos, como universitarios también apoyaban la causa de sus compañeros, así que de manera pacífica estuvieron en la Plaza de las Tres Culturas. Ellos además de todos los que se encontraban ahí, esperaban que se castigara a aquellos que habían abusado del poder semanas atrás. Al día siguiente, Jueves, la madre de Pedro había invitado a los jóvenes a una comida, así que ese fue el tema de los chicos aquel Miércoles.

Luis, un hombre de cuarenta años siempre tenía en sus pensamientos a sus pequeños retoños. En todo lo que hacía siempre estaban ellos: aunque no estuvieran físicamente cerca de él, su corazón creaba sus imágenes alrededor. Al igual que un niño en un festival, recitó algunas palabras, y fue aplaudido y alabado. No se sabe a cuántas personas saludó, pero sí la sinceridad con la que lo hacía. Cansado, pero dispuesto a continuar con su labor de trabajo, se dirigió a su camioneta. Pensó que al menos tendría un minuto de descanso cuando subiera al auto.

Delfina y Guadalupe, acompañadas de su amiga Carmen, caminaban exhaustas en la penumbra. Después de haber trabajado todo el día, el par de hermanas se detuvo en una panadería para comprar unas cuantas piezas de pan para sus hermanos y sus padres. Entre risas y un caminar algo rápido, conversaban sobre los muchachos que casi siempre se topaban con ellas a esa hora. Algunas sonrisas se escabapan entre ellos cuando se encontraban en la esquina. Las jóvenes esperaron  hallarlos, y así lo hicieron. El cortejo duraría unos cuantos minutos.

Hermosa, inteligente, en una situación privilegiada y de ensueño: realmente una princesa, no sólo de su padre, sino también para sus amigos. Silvia se miró en el espejo de su camioneta,  la encendió y puso algo de música en el trayecto hacia su escuela. En su mente tenía planeadas unas merecidas vacaciones. Seguramente algunos colados estarían en la «pool party», pero bueno, qué se podía hacer, era casi una regla que fuera el amigo del amigo del amigo. Una tenue risa salió del rostro de Silvia al pensar en ello, pero sabía que tenía que concentrarse en los proyectos de su escuela.

Fer -al igual que yo- se encontraba escribiendo una canción. No sabía qué nombre ponerle. Realmente no iba dedicada para alguien en especial: iba para sus admiradoras. Amaba la vida que le había tocado. Le gustaba disfrutar cada momento sanamente; unas que otras veces, a escondidas probó una cerveza, pero sabía que eso y el ejercicio no se llevaban: era un joven en cuerpo de adolescente. Se imaginaba qué iba a ser de su vida en unos cuantos años, no sabía si sería deportista o formaría una exitosa banda de rock, o de plano sería un actor de cine como Gael García o Diego Luna. Intentó despejar su duda preguntándole eso mismo a su chofer, quien por el espejo del auto le sonrió, pero no dijo nada.

Andreita, Laurita, Juliancito y Lili eran amigos inseparables, casi como hermanos. Todos los días estaban juntos, viendo caricaturas, haciendo manualidades o jugando a construir castillos, como esos que sólo hay en los cuentos que de repente sus maestras les leían. Quedaban fascinados cuando les maquillaban sus caritas con formas de animales: conejos, leones, gatos, etc. El lugar donde se encontraban parecía el paraíso, pues estaba lleno de querubínes.

Paulette no podrá ser enfermera o policía. Ni Magdalena, ni Ernesto ni Pedro asistieron a la comida que la madre de éste último preparó. Luis no podrá abrazar más a sus hijos. La familia de Delfina y Guadalupe no probaron el pan que ellas compraron. Silvia no pudo hacer la fiesta que tenía pensada. Fernando no podrá escribir más canciones, y los rostros de Andreita, Laurita, Juliancito y Lili nunca volverán a ser maquillados. El asesinato de Paulette, la matanza del 68, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, las muertas de Juárez, los secuestros y ejecuciones de Silvia Vargas y Fernando Martí, el incendio de la guardería ABC: las vidas de estos personajes quedaron truncadas por la miserable situación de este bello país que trata de brillar, pero una tiniebla de corrupción sigue sobre él. ¿Cuántas muertes más necesitamos para reaccionar como sociedad? Esto no es un juego por ver quién puede más. Desgraciadamente esta sociedad no tiene memoria, y no pasará mucho tiempo. Tal vez el partido de fútbol o el reality show del domingo calmen los ánimos. Tal vez un nuevo crimen se cometa y sacuda al país. Será otro más, pero…¿cuántos serán suficientes? Esto es a la memoria de todos ellos, que en paz descansen.